April 02, 2020

Maha Vajiralongkorn, Rama X of Thailand

Maha Vajiralongkorn, Rama X of Thailand

Source: Wikimedia Commons

During the Tang dynasty, a golden age for poets, Empress Wu Chao forced every male dignitary who had an audience with her to wash his mouth with rose water and practice cunnilingus on her. Diplomats and courtiers had to do their best so that their requests were met, and even then it was not a guarantee, since Chinese politics have always been cunning and inscrutable, with oscillations between the sun and the shadow of yin and yang.

In India, the acrobatic Kamasutra was a true best-seller of sexual pleasure long before the advent of Islam and subsequent British Puritanism. (By the way, Captain Richard Burton translated it into English in the hope of improving the repressed Victorian sexuality). And in ancestral Tantric ceremonies, sex was recommended as a divine vehicle:

Wine, flesh, fish, woman, and sexual congress:
These are the fivefold boons that remove all sin

And what about feudal Japan, where there was a colossal brothel city known as the Floating Palace? At its entrance there was a sign of Zen clarity: Desire cannot wait, it demands satisfaction.

But consideration of such empires in the sensual Orient as sexual destinies has long become blurred, at least publicly. Abominable communism, the guilt complex, the tricky influence of desire and fear to break free from the cycle of reincarnations, and even an absurd capitalism that gives more importance to the bank account than to the lovers in bed, has put an end to splendid sexual freedom.

But this is not the case in proud Thailand, a land that boasts of having discovered agriculture 10,000 years ago. Its culture, massages, cuisine, and sexual tolerance are something unique in the world, and its residents and visitors have an extensive catalog of how to have fun in the vital orgy of the wheel of samsara.

“It is most recommended that couples fall in love again on their forced homemade honeymoon.”

That’s why there are so many people who are surprised by the decision of the king of Thailand to confine himself in Germany. The tabloid press denounces that the Thai king has locked himself in a luxurious hotel in Bavaria with no trace of the queen and with the stimulating company of twenty concubines. Leaving royal obligations aside, we can all see that it is certainly a great way to combat the boredom of global restrictions.

Many unimaginative sex tourists are in dismay: “To exchange Thailand for Germany! Has the world gone mad?!” But variety is the spice of life, and pleasure is where you find it.

Certainly, many sociologists warn that one of the greatest dangers of confinement is forced marital coexistence. With the bar closed, the men spend too much time at home, to the despair of their women. And a 24-hour marital day can be unbearable unless you are madly in love.

I think it was Alexandre Dumas of La Dame aux Camélias who said that the chains of marriage are so heavy that it takes more than two people to bear them. Adultery, carried discreetly, is something that saves many marriages. But infidelities have been greatly complicated by draconian measures that force people to stay at home.

And in these sadly totalitarian times that yearn to transform humanity into a corral of nano-creatures, it is good to remember that sex heals. That has always been known by hedonists from all cultures. But since we now need experiments that support what we know by natural instinct, various modern scientific studies from the most serious universities show that sex strengthens the immune system, comforts the heart, improves mood, removes stress, and on top of it all gives radiant skin.

So it is most recommended that couples fall in love again on their forced homemade honeymoon; it is a matter of health and practicality. Polygamy and polyamory, unless you have a harem, are prohibited in the forced quarantine of a planet that is becoming as tragic as it is boring.

(The article in its original Spanish immediately follows.)

La Poligamia en Peligro

En plena dinastía Tang, época dorada de excelsos poetas, la emperatriz Wu Chao obligaba a todo dignatario masculino en audiencia a lavarse la boca con agua de rosas y practicarla un cunnilingus. Diplomáticos y cortesanos debían esmerarse lo suyo para que sus peticiones fueran atendidas, y ni aún así era una garantía, ya que la política china siempre ha sido astuta e inescrutable, con oscilaciones entre el sol y la sombra del yin y el yang.

En la India, el acrobático Kamasutra era un verdadero bestseller del placer sexual mucho antes de la llegada del Islam y el posterior puritanismo británico. (Por cierto que el capitán Burton lo tradujo al inglés con la esperanza de mejorar la reprimida sexualidad victoriana). Y en las ceremonias ancestrales de Tantra se recomendaba el sexo como vehículo divino:

Vino, carne, pescado, mujer y cópula:
Las cinco bendiciones que limpian todo pecado

Y qué decir del Japón feudal, donde existía un una colosal ciudad burdel conocida como El Palacio Flotante. A su entrada rezaba un cartel de una claridad muy zen: El deseo no puede esperar, exige satisfacción.

Pero hace tiempo que se difuminó, al menos públicamente, la consideración de tales imperios del sensual Oriente como destinos sexuales. El abominable comunismo, el complejo de culpa, la tramposa influencia del deseo y el miedo para liberarse del ciclo de las reencarnaciones, o incluso un capitalismo absurdo que da más importancia a la cuenta corriente en el banco que a las amantes en el lecho, difuminaron la esplendorosa libertad sexual.

Pero no es así en la orgullosa Tailandia, tierra que presume de haber descubierto la agricultura hace diez mil años. Su cultura, masajes, cocina y tolerancia sexual son algo único en el mundo, y sus residentes y visitantes tienen un amplio catálogo para divertirse en la orgía vital de la rueda del samsara.

Por eso a muchos sorprende que el rey de Tailandia haya escogido Alemania para confinarse. La prensa sensacionalista denuncia que el rey thai se ha encerrado en un lujoso hotel de Baviera con la estimulante compañía de veinte concubinas y sin rastro de la reina. Dejando aparte las obligaciones reales, podemos reconocer que es ciertamente un modo magnífico de combatir el aburrimiento de las restricciones globales.

Muchos turistas sexuales sin imaginación se llevan las manos a la cabeza: “¡Cambiar Tailandia por Alemania! ¡El mundo se ha vuelto loco!” Pero en la variedad está el gusto y el placer está donde uno lo encuentra.

Por cierto que los sociólogos alertan que uno de los mayores peligros del confinamiento es la forzosa convivencia marital. Al estar cerrado el bar, los hombres pasan demasiado tiempo en casa para desesperación de sus mujeres. Y una jornada marital de 24 horas puede resultar insoportable a no ser que estés locamente enamorado.

Creo que era el Dumas de La Dama de las Camelias quien decía que las cadenas del matrimonio son tan pesadas que se necesitan más de dos personas para sobrellevarlas. El adulterio, llevado discretamente, es algo que salva muchos matrimonios. Pero las infidelidades se han complicado con las draconianas medidas que obligan a estar en casa.

Y en estos tiempos tristemente totalitarios que anhelan transformar a la humanidad en un corral de nano-cabestros, bueno es recordar que el sexo sana. Eso lo han sabido siempre los hedonistas de todas las culturas. Pero como ahora necesitamos de experimentos que avalen lo que sabemos por instinto natural, diversos estudios científicos modernos de las más serias universidades demuestran que el sexo fortalece el sistema inmunológico, reconforta el corazón, mejora el humor, quita el estrés y encima otorga una piel radiante.

Así que lo más recomendable es que las parejas vuelvan a enamorarse en su forzosa luna de miel casera, es una cuestión de salud y sentido práctico. La poligamia, el poliamore, a no ser que dispongas de un harén, están prohibidas en la forzosa cuarentena de un planeta que se está volviendo tan trágico como aburrido.


Columnists

Sign Up to Receive Our Latest Updates!